miércoles, 29 de julio de 2009

5. CONTROL (Segundo Punto de Control).

Qué despistados éramos cuando pensábamos que nadie veía, si hasta el water hablaba con sus burbujas de agua, y Dios mediaba todas las comunicaciones, y los chuponeos electrónicos. Nunca encontraba a mis amigos, y yo los llamaba desde entre los inciensos olorosos, las maderas ahumadas y los tumores tóxicos – nunca los aceptaba, siempre esquivo de todos, como un señor apurado, siempre buscando el amor, siempre volviendo a la fábrica de música, a reposar a los tubos para meditar y hacer tierra (sí, yo era un aparato electrónico, casi un USB), y siempre arrastrándome hasta la cama.
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Un día estaba en los tubos, camuflado de verde y marrón entre las plantas. Las aves decían: “no te olvides de la filosofía” pero yo no dejaba de mirar el cielo y pensar en dios. Recordaba al viejo amigo que dijo diosmehaviolado y grite a los cielos ¡DIOS ES MI PUTA! También corrió mi sangre aquella vez. La miré detenidamente, luego la lamí y le dije: te amo.
No sé qué ha pasado con el tiempo. Heidegger tuvo muchos problemas en explicarse. La gente casi no podía mirarse a los ojos en aquellas épocas. Pero luego hubieron las tomas. Más feromonas, el cambio de estación. Las endorfinas, la testosterona y la adrenalina – OH, la naturaleza. Y todo se concibió así. Los muchachos crecieron con más confianza. Derribaron los muros de la universidad. Hubieron líos con la policía, con la prensa, con todo el mundo –pura cosa temporal intramundana. ¿Intrascendente? Pregúntele a Kant. O a San Pedro. Ellos saben.
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Además precedió a todo ello la Gran Revolución de los Imbéciles, liderada por el Jefe Imbécil, devenido en empresario jovencito y con planes de inteligencia justo frente a San Marcos. Y de por medio música, mucha música.
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El Mesianismo no es divertido. No lo prueben en casa. Menos aun si viven a la velocidad de los burgueses. Acepten los consejos bien intencionados. Analícenlos bien en sus mentes. Yo no escribí todo esto por las puras. Esta letra con sangre entra.
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Sigue la sangre, pues, el buen camino; mírala fluir bonito por los canales de tus venas. ¿Por qué pensaba con Michelángelo y veíamos mi cuerpo como su Capilla Sixtina? Las punzadas eran precisas, preciosas, y todo el cuerpo era un gran monumento que había que trabajar con esos pinceles-agujas. Cada agujero tenía su propio sitio y correlato en los brazos, su propia historia. Yo sentía en aquellas épocas mucha alegría de trabajar junto al maestro.
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Ya cuando erraba volvía a ser un principiante. Todas las voces pifiaban; ya no habían más grandes maestros, sino que uno quedaba sólo otra vez – “libre” – por así decirlo. Pero el proceso ya era irreversible. El líquido combustible era parte en la transformación del cuerpo. El cuerpo adquiría velocidad. Era un trueque engañoso del metabolismo. La fórmula, lo sé, no era perfecta: a cambio de herir mis riñones aprendí a pensar lo indescifrable con nuevas conciencias.

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