No más bosques. Ahora pisamos terruños y grúas. ¿Ves con cuidado esos ladrillos? Son más antiguos, de las catacumbas. Por dios que un día debo volver ahí, y entrar a donde está prohibido, y conocer. Pero ahora la superficie. Cada 10 metros la calle revienta con una música distinta. No es de obviarlo, pues hay mucho mercado, puestos de periódico, y mientras sigues construyendo esas pistas nuevas, has colocado esas letrinas móviles, de color fosforescente.
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Aquella vez estaba muy baneado de los baños y entré a una de ellas, El olor era terrible y las moscas bailaban en fiesta: y eran tantas que temía que alguna se pose sobre la aguja de mi jeringa. El sol estaba fuerte y la poca ventilación me hacía sudar más de lo que ya había sudado: había caminado desde casa para conseguir el maldito material, y no tenía dinero, y mi jeringa era de guerra (muy sucia, muy usada). Pero la carne resiste.
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Salí a la calle con los brazos ensangrentados y camine por las calles tóxicas sin cuidado: cuando estás conectado te vuelves intocable y puedes danzar entre los carros y los cuchillos y divertirte diciendo: “no pasa nada” hasta que pasa algo.
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