viernes, 25 de diciembre de 2009

53. 22 de Enero.

El viento ruge furioso. No es mi pretensión hacerlo callar, ni apagar tu visión escarlata. La pantalla líquida se derrama como tus ojos inconfundibles que estallan en lágrimas.
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¿Dónde estas, estrella? Espero en la orilla del silencio, si acaso el mar te devuelve y no nos aleje más la tempestad horrible de tu odio.
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Jamás soportaba estas palabras, alada en estupefacientes. ¿Y si toda su ira retornaba? Ya no éramos chiquillos y habíamos llenado nuestras existencias de un misterio insaciable, semejante al intangible sueño. Cada vez más cerca de nuestros espectros, plomo.
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Agrietándolo todo para que la opacidad de nuestras vidas se rebaje, sin desaparecer. Agrietándolo todo con palabras nuevas, con nuevos nombres y formas, sin mucha demagogia existencialista. Porque dejábamos de ser chiquillos, tirados en el suelo, sudados y sin palabras para silenciar.
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Que acaso lo tuyo era mío y aún fracaso.
Esperé a que todo el ciclo de enfado pase, como una revolución incierta, insostenible. Insoportables, los edificios se derraman por mi ventana, y se hacía vapor la sopa caliente. Que todo lo que es repentino es también un desierto inoportuno, porque no te había como presciencia, ni esperaba así para ninguno – y todo lo que esperé se deshizo en la sombra de los días.
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Entre ronquidos, entre gatos pegasos y una lluvia de monedas antiguas, óxidas e inservibles al lucro, precipitadas de un flujo de odio y fracaso, de desperdicios atentos al afecto de nuevas escorias.
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Era acaso un invento que podía deshacerse, como los planes de un forajido perdido en su propio intento de suicidio; ¿Qué es lo que vi con toda la mente, sino una diarrea de palabras que ahora me descosen y se aprovechan de la música para subsistir parasitarias?
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Y sin embargo era lo más lindo que jamás hubiera hecho: por nosotros, por ti, y por algún dios desconocido.
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Todas estas cosas resuenan en tu alma, y no sabes que hacer con ellas.

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