sábado, 2 de enero de 2010

55. ##Transmisión

¡Sigue la sangre! Con todos los aplausos del mundo, el General Vetusta vigila y sospecha de todos.
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Fuera de la línea de fuego, efectúa una transmisión.
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A todo el personal: Alerta, tomar posiciones. Esto no es una broma, no es parte del entrenamiento.
-¿dijo entrenamiento?
-entretenimiento, estúpido.
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Y entonces movió a la reina. Esta vez se trataba de una de esas partidas personalizadas. El general se había hartado de los 64 casilleros y había unido 16 tableros, con las fichas de aproximadamente 9 juegos. Por supuesto que tamaño espacio le había dejado configurar zonas inaccesibles, en representación de montañas o precipicios, agua, etc. Además había cambiado las reglas de movimiento y ciertamente el juego en sí ya no se parecía al ajedrez sino algo mucho más rico y complicado.
Jugaba ahora un “asalto al castillo”. La reina equivalía a la caballería pesada.

Caballos, pensó. Necesito una patada, una coz de droga.
Sonó la alarma otra vez.
Estos tiempos modernos. Ya casi no queda tiempo para entretenerse con estas nimiedades. Y calló pensativo mientras se servía más agua. Estaba sudando pero descuidaba su pañuelo y dejaba al agua escapar de su cuerpo e impregnar su carne con sal.
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El soldado raso pataso hace lo que puede, y despliega peones lanceros para detener el ataque. El era nuevo en esto y recibía el favor del general, o el hostigamiento: él no era muy devoto de estos entretenimientos, pero los beneficios que recibía a cambio bastaban para ponerlo de buen humor. Ni modo. Hay que jugar, o perder por defecto.
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Le sirvió más agua al general. Bebe como si no le alcanzase, como si estuviese deshidratándose. Y realmente era como Pascal proponía: si se apuesta, es preciso apostarlo todo. Y ahora él pensaba que no había mucho que perder: no puedes perder lo que no tienes. Dios ejerce su providencia y concede felicidad. Pero Dios es posible en una apuesta.
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(Transmisión es interrumpida)

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