No hay nada más alegre que ella.
Yo le decía pastel. ¿Dónde está ahora? Padezco días de desahucio.
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Y las campanas violetas y azules eran mecidas por el viento en el barrio caluroso, mientras los niños jugaban con los triciclos, patines, y pelotas. El suelo lleno de polvo crujía bajo nuestras pisadas abarrotadas de emoción, y yo me reía.
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-¿Y siempre te ríes de todo así? –preguntó entre una broma dudosa, pero al fondo le atormentaba que pudiera burlarme de ella, de nosotros y que sea así para siempre.
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Tomé una campana para ella y le dije: mira. Y pensé que no podía haber nada más hermoso que su contemplación y el tempo de su mirada.
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