jueves, 20 de agosto de 2009

26. 10/3.

Llévate al diablo todos mis pensamientos virosos y sanguinarios, y muéstrame las fuentes prístinas de la razón: mientras el mundo estalla en guerras, yo soy isolado un diez de marzo lejos de los conocidos, en una celda de locos que rezan por obligación al despertarse en las mañanas, y antes de cada comida. Y ya no quiero rezar más, ya me cansé de su juego.
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Recuerdo cartas antiguas. El autoanálisis duele horrores porque estoy solo, y no tengo más droga. Las incisiones en uno mismo, el escarbarse en los pensamientos nunca cesó. Pero ahora me dan pastillas, están manipulando mi circuitraje. No es posible arrancar todos los tejidos de raíz – están muy bien sujetos a paredes de placer. Y lo confundo con amor, y me da miedo errar.
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Y siguió la sangre hasta que el hilo lo llevo a un charco y en el charco él se reflejó y el reflejo de sí mismo le causó alegría, horror y estruendos; y entonces gritó, y su grito no era de guerra ni de paz, ni era grito alguno de cosas humanas; era una voz nueva que jamás se pronunciaría de nuevo, porque lo que dijo nunca tuvo lugar entre nosotros, teledirigidos a otros capaces, aquellos que escuchan mejor.
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Misterio tal que me hacía salir a patadas de N. A. o ser uno en el pleno sentido de la palabra. Un narcótico anónimo. Un señor que vive a ocultas y se droga en el anonimato con regla de oro: “no decir a nadie”. Pero nada más bruscamente revelador, a su vez, que escribirlo, lo cual, en apariencia, cancela toda posibilidad de ser un bueno N. A. “Maldita droga” decía uno, y así curaba.

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