sábado, 1 de agosto de 2009

8. Paruro encantador.

Todo lleno de los orines y los circuitos electro acústicos. Todo sonido y reciclaje y la cárcel muy cerca y mucha pastelería piraña y un organelo de San Marcos además, la Facultad de Medicina, San Fernando, gran casa de conocimiento sobre la droga y todo eso, con bonitos jardines, además. Pero no la he visitado tanto como para hablar de ella.
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Parecía genial no ver esas gotitas de sangre hasta que de pronto estábamos en la misma atmósfera, despegados, desterrados, y las gotitas brillaban con fuerza en el madero suelo, bajo la luz blanca fluorescente de 100 Watios. Les disparé un angelical flash de luz con la maquina fotográfica. Lo hice mil veces. Se me hizo una costumbre. Ya era un vampiro entonces, amante de su sangre amarga.
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Una vez la sangre formó un heptagrama y lo mezcló con mis salivas y mis lágrimas, y yo viajé por el portal a Monterluse. Y ojalá nunca hubiese vuelto. Visité Lece, Cuerpo, y otros lugares del Infierno. Todo es de lo más natural. Nada de que aterrorizarse. Tengo 25 años. Me siento de un millón, de infinitas edades. El cuerpo ha cambiado, ha mudado eras. Fui de fango alguna vez. Polvo y agua, la terrible sustancia plena de protozoarios. Pero ahora estoy más solo que nadie jamás lo estuvo. Y lo escribo. Y rompo el hechizo. Boom.
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Me gusta distorsionar la realidad. Todo comenzó con esa hermosa cajita metálica color naranja, la distorsión láser. Aún funciona, y destruye la realidad. Ataca la mente desde el sonido. Es una invasión a la corteza auditiva. Oh, yo se que muchos se lo merecen. Me siento bien cuando me desquito con ello. Otras veces sólo pienso en Bach y Mozart, y trato de hacerles un regalo a todos los amigos.
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Pero también fluye la sangre ahí. Es imparable. Era ya ritual. Todos lo temían, pero lo esperaban, lo querían. Se aburrían si no sucedía: “Ya pues, _bas, pínchate” – hasta eso me dijeron alguna vez, cuando llevaba horas sin hacerlo y todo parecía igual. Estaba lúcido. Saltaba y me movía de un lado a otro dando órdenes. Todos parecían siempre esperar más y más de mí.

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